¿Son a menudo las historias de sirenas, versiones histriónicas de nuestra feminidad? Estos personajes de extremidades escamosas y olor a pez, que se escurren a través de la espuma de las olas, nos captivan a la par que nos aterrorizan.
Si los marineros perdían el norte al escuchar sus cantos empapados de sílabas saladas, ¿qué haríamos nosotros, pobres mortales de secano, al percibir las primeras notas de mar?
Estaremos de acuerdo que todo lo que los océanos esconden, es en su conjunto un universo escondido y fascinante. No paramos de mirar hacia arriba, las estrellas, las nebulosas, las galaxias cuando justo aquí, al ladito de nuestra casa, existen toscas realidades que parece ni nos esforzamos en descubrir.
Sigamos imaginando, pues, con sirenas de piel helada y ballenas blancas que se juegan la vida por una bocanada de aire de nuestra atmósfera. Quizás algún día despertemos y nos acordemos de ese sueño en el que nacíamos del mar.